Un mercante reconvertido para defender las colonias de las Indias
Con la conquista y organización de las Islas Filipinas por parte de Miguel López de Legazpi, comenzó la historia del imperio colonial de España en las Indias orientales y el de su comercio transoceánico. El puerto de Manila se convirtió en la estación de tránsito comercial entre China y México desde que, en 1573, los dos primeros galeones cruzaran el Pacífico cargados de productos exóticos de Oriente.
La nao San Diego era un barco mercante probablemente encargado de llevar a cabo misiones comerciales por la zona cuando, dos días antes del fallecimiento del rey Felipe II, el holandés Oliver Van Noort salió de Rótterdam, concretamente el 12 de agosto de 1598, con una escuadrilla de cuatro navíos. Tras un viaje lleno de dificultades llegó a Filipinas el 16 de octubre de 1600. Mientras tanto, continuaban las hostilidades entre España e Inglaterra, apoyadas por los Países Bajos
La batalla de la isla de la Fortuna
La nao San Diego y el patache San Bartolomé, ambos al mando de Antonio de Morga, presidente de la audiencia de Manila y teniente general del gobernador, armados y pertrechados precipitadamente en el puerto de Cavite (isla de Luzón) (fueron dotados con diez cañones el primero y con cuatrocientos hombres españoles, filipinos y japoneses) salieron a la mar el 12 de diciembre para dirigirse hacia el enemigo al que encontraron dos días después cerca de la isla Fortuna. Noort disponía también de dos navíos el Mauritius, capitana de 270 toneladas, y el Eendracht de cincuenta toneladas.
El San Diego abordó al insignia holandés en una maniobra desesperada, a pesar de haber sufrido un cañonazo en la línea de flotación. La tripulación logró saltar al puente del navío enemigo y, cuando los españoles se habían apoderado de la bandera holandesa, la nave enemiga comenzó a incendiarse. Antonio de Morga ordenó romper las amarras para separar los barcos, creyendo que la nave holandesa sería pasto de las llamas, pero, irremisiblemente, el San Diego, seriamente dañado, se hundió y con él ciento cincuenta hombres. El Mauritius consiguió sofocar el incendio a bordo y aún a flote, darse a la fuga.
El Eendracht fue apresado por el San Bartolomé,que había salido en su persecución y que no pudo auxiliar al San Diego y, posteriormente, su capitán apresado y ajusticiado en Manila.
Los datos técnicos de la nao San Diego
No se conoce exactamente la procedencia de esta nao, pero se puede afirmar que era de carga y de gran porte, a juzgar por el único dato fehaciente que se ha podido obtener de los restos del casco: los 23,73 metros de longitud de la quilla en su parte inferior, o sea 41,26 codos de ribera. Si a esta dimensión le aplicamos la regla “as, dos, tres” de la construcción española, corregida según el criterio de García de Palacio (1587), resulta un barco de 35,3 metros de eslora, 11 de manga y 5,6 de puntal, lo cual da un arqueo de 645 toneles o su equivalente actual de 893 toneladas.
La búsqueda del pecio
Durante más de tres años se buscó información en los archivos de Indias de Sevilla, Madrid, Ámsterdam y el Vaticano, hasta dar con las pistas que condujeron a los restos del San Diego.
Finalmente en 1991, gracias al submarinismo y tras una intensa búsqueda en los fondos marinos cercanos a la isla Fortuna, un equipo dirigido por el investigador y arqueólogo submarino francés Franck Goddio descubrió sus restos que yacían a 52 metros de profundidad. A partir de enero de 1992 comenzó la excavación científica del pecio, siendo cofinanciada por la Fundación ELF francesa y el propio Goddio, mientras que la extracción de piezas fue rigurosamente documentada, en exhaustivo registro, por los arqueólogos del Museo Nacional de Filipinas, controlados por su director el padre Gabriel Casal. Los trabajos continuaron hasta el 15 de abril de 1993.
Los trabajos de excavación arqueológica
Los trabajos de la excavación submarina comenzaron balizando con un gran flotador rojo el lugar exacto bajo el que se encontraba el San Diego. El dispositivo de apoyo a la excavación contaba con un catamarán de investigación arqueológica equipado con magnetómetros de resonancia magnética nuclear. Los barcos que trabajaron en la recuperación fueron el Kaimiloa, un barco remolcador con una gran plataforma trasera de trabajo, el Osam Service, un pequeño remolcador de quince metros, el cargo Lift, y un pequeño minisubmarino de dos plazas, el Small.
El equipo para la inmersión estaba compuesto por personal del Instituto Europeo de Arqueología Submarina, así como por dos jefes y catorce submarinistas profesionales. El equipo contó además con otras especialidades como arqueólogos, médicos, fotógrafos, cocineros y las tripulaciones de las distintas embarcaciones.
Las inmersiones en el San Diego
Las primeras inmersiones fueron, lógicamente, de reconocimiento, encontrando a primera vista un túmulo de 25 metros de largo por ocho de ancho y con una altura de 3 metros. El San Diego reposaba disgregado sobre un otero mirando al oeste, porque en ese lugar yacían dos grandes anclas señalando la parte delantera del barco. Durante los primeros días se prepararon los equipos de buceo y se instaló una campana para servir de ascensor a los buceadores.
Este sistema podía transportar a dos buceadores unidos a la superficie mediante dos tubos que les suministraban oxígeno para controlar así los niveles de descompresión. Dos compresores abastecían una gran reserva de oxígeno desde la que se conectaban los tubos, además una cámara de descompresión se encontraba siempre dispuesta para casos de emergencia.
Los buceadores fueron divididos en dos grupos, uno que utilizaba la burbuja mientras que otro se sumergía con equipos autónomos. Numerosas líneas de oxígeno fueron instaladas para los submarinistas autónomos con el fin de que realizaran las paradas de descompresión. El número total de submarinistas disponibles fue de dieciocho, por lo que se decidió que trabajaran de dos en dos para que no se interrumpiera el trabajo del fondo, cuyo tiempo no excedía de los cuarenta minutos.
Después del trabajo de fondo, los buceadores efectuaban, como media, cerca de una hora de paradas en los diferentes niveles de descompresión antes de subir a la superficie. Como comenta Frank Goddio, el director de la excavación: “los equipos se sucedían como un ballet bien acompasado y, en la superficie, los dos jefes submarinistas vigilaban atentamente el tiempo de inmersión de cada uno y eran los responsables del buen aprovisionamiento de aire así como de las comunicaciones con el fondo”.
En el fondo del mar cada submarinista trabajaba con extractores de agua, aspiradoras y con contenedores de diferentes tamaños lastrados con plomo para guardar los objetos recuperados. Cada contenedor tenía un color diferente que correspondía a una zona de trabajo de un metro por uno, es decir, la superficie máxima que podía excavar un buceador en cuarenta minutos. En toda la excavación no hubo prácticamente incidentes, exceptuando dos submarinistas que fueron pinchados por peces escorpión y molestados por las morenas, que habían hecho de las antiguas vasijas de gres y porcelana su guarida y se negaban a abandonarlas.
Las piezas arqueológicas encontradas y los descubrimientos de la expedición
La importancia del hallazgo de la nao San Diego ha sido fundamental desde muchos puntos de vista: el naval, el del armamento, los instrumentos náutico-científicos y los innumerables objetos encontrados, que son testigo del comercio interasiático y de la vida a bordo de la época. Cerca de 4.000 piezas arqueológicas de un valor y exclusividad incalculables.
Dentro del capítulo del armamento, las piezas de artillería de bronce, sacres, versos, culebrinas y armas de origen japonés son de una gran exclusividad, además de encontrarse dos morriones y una gran cantidad de balas de diferentes calibres, así como proyectiles de mosquetes y arcabuces. Se sabía que la nave llevaba a bordo catorce cañones, cuya existencia se conocía por una lista de carga del 12 de julio de 1601, y todos ellos se rescataron del fondo.
Diferentes instrumentos náuticos fueron también recuperados del pecio, como astrolabios y anillos astronómicos, de valor incalculable por su escasez.
Como ejemplo de los objetos de vida a bordo se encontraron despabiladeras, palmatorias, platos mexicanos, tazas, aguamaniles, vasos de cristal de Murano, los restos de una cubertería y hebillas de cinturones fabricados en plata. Las monedas encontradas a bordo del San Diego corresponden al numerario que circulaba en la época, final del reinado de Felipe II (1556-1598) y comienzos de Felipe III (1598-1621), incluyendo ejemplares de reales de ocho, cuatro, dos y uno acuñados en su mayoría en la ceca de México, aunque hay ejemplares de Potosí y alguna moneda peninsular.
La mayor parte de la carga estaba compuesta por unas ochocientas vasijas de arcillas de gres procedentes del sudeste asiático, la mayoría con una capacidad de trescientos cincuenta litros. Estos contenedores se utilizaron para el transporte de salazones y verduras aunque también para pólvora, azufre y para la reserva de agua dulce.
El hallazgo de estas urnas han proporcionado información relevante sobre el régimen alimenticio de la tripulación. Junto a estos recipientes de gran capacidad, también se recuperaron tinajas españolas de barro cocido para aceitunas, con forma de ánfora, que fueron empleadas no solamente para conservar aceitunas sino también para vino y fruta escarchada, así como para alquitrán para el calafateo de los barcos y, en el tráfico de Manila a Acapulco, para el transporte del valioso tinte de cochinilla.
La porcelana china azul y blanca, procedente de las dinastías Song y Ming, recuperada del San Diego, es el conjunto más valioso ya que fue el principal objeto de comercio y exportación a Europa a través de la ruta Manila-Acapulco. Europa no conocerá los secretos de la fabricación de la porcelana hasta el siglo XVIII en que se descubra el caolín y, por ese motivo, toda la porcelana en el siglo XVI era importada desde China.
Las piezas se encontraron en un excelente estado de conservación e incluyen fuentes, platos, botellas, cuencos y cajas, recipientes atesorados por los principales monarcas de la época como Felipe II que se sabe que coleccionaba este tipo de objetos.